Una investigación reflota los prejuicios y descalificaciones que sufrieron las primeras mujeres que quisieron ser escritoras en la España del siglo XIX. Está escrito por la docente marplatense Marta B. Ferrari.
Por Paola Galano
Las llamaron “petulantes marimachos”, “animalejo no clasificado”, “bachillera necia e insufrible”, “asexuadas”, “feas”. Dijeron de ellas que “repugnaban a la naturaleza”, que dejaban de ser mujeres y que presumían de sabias. También que formaban “una especie de monstruosidad”.
¿Cuál era el “delito” que cometieron estas mujeres? Atreverse a escribir. O atreverse a disputar el terreno de la literatura, una zona que, hasta entonces, era estricta propiedad de los varones.
La tarea de escribir no resultó fácil para Carolina Coronado, Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro, María Verdejo y Durán o María de la Concepción Gimeno, por citar solo algunas de un vasto movimiento. Pioneras de las escritoras actuales, lucharon en la España del siglo XIX por salir de sus casas, instruirse, dejar de lado los trabajos domésticos y dedicarse a lo que querían: escribir libros, poemarios, teatro o artículos periodísticos, también fundar diarios, en una sociedad en la que florecía la prensa escrita.
La historia de estas mujeres españolas y las encendidas discusiones que generaron entre sus pares masculinos está relatado con lujo de detalles en “Amazonas de las letras” (Mar Serena Ediciones), un libro de la académica marplatense Marta B. Ferrari.
La autora es doctora en Letras, docente e investigadora de la carrera de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Y autora de varios libros, entre ellos “Unamuno poeta: obrero del pensamiento” y “Vivir con las palabras: poesía y pensamiento de Carlos Marzal”.
“Impacta y mucho”, dijo Ferrari sobre las descalificaciones que pesaron sobre ese grupo de mujeres escritoras. “A veces por pereza o simplemente por una tendencia a la naturalización, solemos dar por sentadas las conquistas de los derechos de que gozamos hoy olvidando todo el camino recorrido”, explicó, en una entrevista con LA CAPITAL.
Y agregó que “estas mujeres del XIX con ambiciones intelectuales se enfrentaron a una férrea oposición que apelaba, como suele suceder cuando no hay razones válidas, a la simple descalificación”.
De los adjetivos peyorativos que recoge en su libro, Ferrari se detuvo en el de “fea”. “Aquí entra a jugar la tópica asignación de la belleza al sexo femenino, me refiero a la identificación entre sexo femenino y ‘bello sexo’ que dio título a tantas publicaciones de la época y cuyo significado aún hoy recoge el Diccionario de la RAE. Lo propio del ‘bello sexo’ era la sencillez, la gracia, la amabilidad, la ligereza, lo angelical -una publicación central de la época se tituló precisamente El Ángel del hogar, conjugando una dimensión espiritual pero acotada al reino doméstico”.
La idea de que la mujer representaba al bello sexo “servirá como punto de referencia para formular la contraimagen de la literata, una encarnación de una fealdad tanto física como moral: por su desenfado y rebeldía, estas mujeres lejos de someterse dócilmente, entran en conflicto con el hombre, hasta el punto de ser consideradas ‘fuera del estado natural de razón’, otra formulación de la locura, un rasgo tradicionalmente atribuido al género”, explicó.
Además de contar la oposición que encontraron en el camino las mujeres decididas a ser escritoras, el libro también analiza el nacimiento de la figura de “literata”, con frecuencia llamada “marisabidilla”, “apodo de la mujer presumida de sabia”, siempre en el contexto de una España que retaceaba los derechos de las mujeres.
Y lo notable es que estas precursoras del feminismo no llegaron a reclamar la equidad con sus pares, ni buscaban el voto femenino, ni soñaban con otros reclamos que llegarán después. “En la mayoría de los casos no llegaron a cuestionar el papel complementario de la mujer respecto del hombre, sumándose así a los anhelos de estabilidad y orden de la burguesía española que miraba con recelo la rebeldía romántica”, explicó la autora.
“La literata aquí descripta es partidaria del amor libre y contraria a la “dictadura del matrimonio”
“Sin embargo -les reconoce-, fueron ellas quienes realizaron un incipiente pero rotundo gesto a favor del lugar de la mujer en la sociedad de su época, insistiendo, en la línea del pensamiento ilustrado en la imperiosa necesidad de la instrucción femenina”.
Y “lucharon por el reconocimiento social de su oficio de escritoras, dirigiendo periódicos, animando tertulias y promoviendo todo tipo de asociaciones literarias. En esa lucha por conquistar un espacio público, estos discursos reivindicativos contribuyeron a generar opinión e influyeron en el debate socio político de la época sentando las bases para las efectivas conquistas emancipatorias que se verificarían recién hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX”, indicó.
-¿Cuál fue el disparador de “Amazonas de las letras”?
-Siempre un libro es la resultante de un proceso largo, sinuoso, también misterioso. No todas las investigaciones que uno inicia acaban en un libro (por fortuna). En este caso, ya con mi mirada puesta en el siglo XIX, continué con el estudio de dos autoras, me refiero a la gallega Rosalía de Castro (quizá algo más conocida en Argentina por el peso que tuvo a fines del XIX la inmigración gallega) y a la extremeña Carolina Coronado. Dos grandes escritoras del período romántico (poetas, novelistas, ensayistas, dramaturgas) que, a pesar de sus muchas divergencias en términos estéticos e ideológicos, coincidían en un punto, en la común preocupación por abordar la cuestión de la mujer que escribe, la cuestión de “la literata”. Ese fue el disparador de la investigación que acabó concretándose en este libro. Hubo, además, un componente más coyuntural pero que funcionó como un estímulo agregado y fue el compromiso ya asumido de dictar con dos colegas un seminario de posgrado sobre escritura de mujeres. Y ahí terminó de cerrar el proyecto.
-¿Cómo fue el proceso de investigación? Apelaste a textos muy antiguos de España, ¿los consultaste por la web?
-Trabajar con textos españoles del siglo XIX desde Argentina no es tarea sencilla. Pero para quienes nos formamos en la era pre internet acceder hoy a motores de búsqueda que te llevan rápidamente a los fondos de instituciones tan prestigiosas como el Centro Virtual Cervantes, la Biblioteca o la Hemeroteca Nacional de España que tienen digitalizada gran parte de las publicaciones que ya no pagan derechos de autor, publicaciones de acceso abierto, es algo invalorable. Por supuesto que esa es sólo una parte, localizar dónde encontrar un documento. Luego vienen los originales faltantes (pensemos que se trata de publicaciones en periódicos de 1830 a 1900), rotos o ilegibles. Y ahí aparecen, salvadoras, las redes de colegas españoles a quienes he consultado y que generosamente me han puesto en la pista de documentos inhallables, y a los que aquí vuelvo a agradecer. Precisamente por la dificultad de acceso a esos materiales, el hecho de que el libro incluya las copias facsimilares de esos textos, quizá le de un sentido y alguna utilidad al mismo. Encontré el tiempo necesario para escribirlo en ese año raro, difícil y seguramente inolvidable que fue el 2020.
-En la historia de las primeras mujeres españolas que empezaron a escribir se advierte el avance y el retroceso que vivieron para llevar adelante su deseo. Cuando parecía que ciertas cosas ya no se discutían, nuevamente aparecía alguna o alguno denostando a la mujer escritora.
-El caso de España es paradigmático respecto de los avances y retrocesos en la conquista de derechos en general y de derechos de las mujeres, en particular. Si uno lo mira en la larga duración, rápidamente advierte que a comienzos del siglo XVIII ya había voces (yo incluyo sólo una pero muy singular por tratarse de un clérigo, la de Benito Jerónimo Feijoo) que salían a “defender a las mujeres” de los múltiples prejuicios respecto de sus nulas capacidades para las artes y para las ciencias, atacando el origen de dicho mal: la falta de instrucción, la escasa sociabilidad y la reducción excluyente al mundo de la domesticidad. Pero a comienzos del siglo XIX estos ideales nacidos de la Ilustración y modelados sobre las enseñanzas de la Revolución Francesa, se ven barridos por el reinado de Fernando VII quien, entre otras cosas, cierra universidades y restablece la Inquisición y la censura. Lo mismo ocurre entre las conquistas liberales obtenidas durante el período romántico y concretadas por la II República y los 40 años de franquismo que sobrevinieron en el siglo XX. Por poner un solo ejemplo, la Sección femenina de Falange dirigida por una mujer, Pilar Primo de Rivera, ostentaba en pleno siglo XX un ideario tan reaccionario como el decimonónico en cuanto a la formación de la mujer: ser buenas patriotas, buenas cristianas y buenas esposas. En este contexto, el lugar de la mujer sufrió las mismas vicisitudes que sufrió España.
-¿Por qué se oponían los varones? ¿Temían perder protagonismo en el espacio público o temían perder privilegios adentro del hogar?
-Claramente juegan ambas cosas. Desde una perspectiva sociológica, la resistencia masculina puede ser pensada como una lucha entre aquellos que detentan una posición ya ganada en el campo intelectual y por otro, un colectivo de aspirantes o advenedizas que ostenta por vez primera una clara conciencia de grupo y reclama, en consecuencia, para sí y sus pares el derecho a la actividad pública. Pero a la luz de todo lo leído, pareciera que la férrea resistencia al avance de la literata y sus demandas se deba menos al temor de perder espacios en la contienda pública que a resignar los múltiples beneficios ganados a través de los años en la esfera privada de la cómoda domesticidad. Pensemos que la literata aquí descripta es partidaria del amor libre y contraria a la “dictadura del matrimonio”, pero cuando incurre en el inevitable “error” de casarse, será la responsable de subvertir el orden conyugal, será un auténtico agente anárquico que desbarata las leyes burguesas de la domesticidad, no será madre, y tendrá sólo “hijos literarios” que “engendra, concibe y pare ella sola”. En última instancia, ambas interpretaciones se complementan.
-¿Eran muchas las mujeres que escribían, era un colectivo amplio?
-Sí, era un colectivo amplísimo. Hay que tener en cuenta que esta enorme visibilidad de la escritura femenina se asoció directamente con el auge de la prensa periódica. Hacia 1840 solamente en Madrid existían 18 periódicos, muchos de ellos dirigidos y escritos por mujeres. El balance de las escritoras que lograban publicar en el siglo XIX lo podemos seguir a través de dos obras monumentales, el Diccionario biográfico de escritoras españolas del siglo XIX, de Manuel Ossorio y Bernard, y el libro Literatas españolas del siglo XIX: apuntes bibliográficos, de Juan Pedro Criado y Domínguez, quizá, el primer intento formal de redactar una historia intelectual femenina del siglo XIX, con su aparato crítico y su apéndice biográfico y contextual en el que se incluye un listado de revistas y periódicos dirigidos por mujeres, como así también de obras escritas por hombres que tratan sobre la mujer.
-¿Podrías resumir el cambio de concepto que se aplica a las mujeres que escribían, de marisabidilla a literata? ¿Hay un cambio ideológico, de una subestimación a confiar un poco más en las capacidades femeninas? ¿O son sinónimos?
-En realidad, ambos conceptos se solapan. La palabra “marisabidilla” (recogida por primera vez en el Diccionario de la Real Academia Española en 1843) tuvo amplio uso en el siglo XIX y designaba a la mujer presumida de sabia; funcionaba como un apodo ridiculizador enfatizando una erudición siempre falsa. Con el paso del tiempo, el concepto de “literata” irá monopolizando el campo de referencia aquí implicado. Quizá una frase de otra escritora de la época, Pilar Pascual de San Juan, maestra y directora de escuela, aclare algo lo que vengo diciendo: “La marisabidilla es á la mujer modesta e instruida lo que los pedantes á los hombres ilustrados”.
-¿Cómo replica este fenómeno de la literata en el Río de la Plata y en las colonias?
-Hay muchos y muy buenos estudios que abordan el tema en la literatura de este lado del Atlántico. En el caso de nuestra literatura argentina, por citar sólo un ejemplo, es muy significativo el número de literatas -educadoras, periodistas, escritoras- que se pronunciaron en igual sentido. Allí están por mencionar algunos de los nombres más representativos, Juana Manso, Eduarda Mansilla o Juana Manuela Gorriti. Lo que está claro es que la expresión de la sensibilidad romántica y su promesa libertaria se asocia directamente con lo que se ha dado en llamar “la literatura de la mujer”.
-¿Las mujeres inglesas y francesas habían logrado más independencia? La figura de George Sand se alude varias veces en el libro.
-En este aspecto como en muchos otros, España va un poco a la zaga de lo que ocurría en el resto de Europa. Y en lo que respecta al lugar de la mujer en general y de la mujer que escribe, en particular, Francia había sido la pionera indiscutible. Allí, Madame de Staël o George Sand encarnaban desde mucho antes ese ideal de mujer emancipada al que aspiraban muchas escritoras españolas. Hay un dato curioso, Concepción Gimeno, una moderada feminista española, dedica varias de sus crónicas a ensalzar a la mujer argentina como “la mujer más progresista de la América española”, por su osadía, por su natural inclinación a la innovación y a la toma de decisiones, pero también por su compromiso con las causas sociales, oponiendo nuestro “país nuevo” a la vetustez de una España incivilizada, tan atrasada en materia de derechos civiles para la mujer.
-La figura de Carolina Coronado es muy interesante porque pasa de pedir la emancipación a no contradecir el ideario doméstico establecido para la mujer, ¿por qué creés que ocurre este retroceso?
-Sí, el caso de Carolina Coronado es muy representativo de las contradicciones sobre las que se construyó la subjetividad romántica femenina. Ella tiene una primera etapa de escritura combativa, cuya máxima expresión es su poema titulado precisamente “Libertad” en el que enfrenta la proclama política de las libertades jurídicas a las escasas conquistas logradas para la mujer: “Risueños están los mozos/ gozosos están los viejos/ porque dicen, compañeras/ que hay libertad para el pueblo./ Libertad, ¿qué nos importa?/¿Qué ganamos, qué tendremos?/ ¿un encierro por tribuna/ y una aguja por derecho?”… Sin embargo, en textos posteriores calificará de ridícula la pretensión de emancipación de la mujer de su rol social, esto es, mantener la cohesión familiar. Este giro puede deberse, entre otras razones, a la politización de su figura al frente del Partido Demócrata; su imagen pasó a encarnar el ideal de respetabilidad de las mujeres demócratas, alejadas de todo arrebato romántico.
-¿Notás algún resabio de ese prejuicio antifemenino, tal como lo llamás, en la actualidad, en el mundo académico o en el mundo de las letras?
-El mundo académico y, en particular, el mundo de las letras es, de hecho, mayoritariamente femenino. Feijoo decía que el prejuicio antifemenino “disfrazaba con capa de razón las sinrazones”; bueno, creo que hoy sobran razones para desbaratar dicho prejuicio y no cabe ninguna duda de que la mujer ha sabido ganarse ese lugar.
-¿Esta investigación se desprende de las áreas en las que trabajás en tu cátedra en la carrera de Letras?
-Sí, la materia en la que estoy concursada y en la que me desempeño desde hace varios años es precisamente literatura española contemporánea. Esa es mi área de trabajo. En realidad, la mayoría de mis proyectos de investigación se orientaron al estudio de escritores (tanto poetas como novelistas) de fines del siglo XX. Pero los caminos de la literatura también son insondables, y para mí estudiar a un autor contemporáneo siempre supuso rearmar un mapa, una genealogía de antecesores, dar cuenta de un decurso histórico que necesariamente te lleva al pasado. Es imposible pensar el presente desconociendo el pasado. En este caso concreto, estudiando la obra de un excelente poeta como es Carlos Marzal, un autor valenciano actual, me encontré con un tono que en verdad hundía las raíces en una poesía reflexiva, meditativa que tenía sus orígenes en la obra de María Zambrano o de Miguel de Unamuno, quiero decir en autores de entresiglos, y ese fue mi primer paso hacia el siglo XIX.